Elogio del arte (interrogantes y deseos pos-electorales en la danza de la época que termina).
El sábado 31 de diciembre, mientras preparaba la cena de fin de año, me pregunté en secreto si esa noche concluiría por fin el llanto insistente de un año un tanto abandonado, plagado de innumerables temas de discordia pública, alimentada hasta la saciedad por la manera tendenciosa de los medios empresariales de comunicación social –algunos de ellos encabezados por verdaderos sátrapas de la opinión pública– para representar la realidad.
En primer lugar, 2011 es un año que designa la decisión de 2 millones de habitantes (no de toda Guatemala ni mucho menos), de llevar a la presidencia a un ex militar próximo a la represión, la impunidad y el olvido. A la luz de este acontecimiento capital ¿qué imagen podría servir para definir, en el contexto de la historia política y la vida cotidiana, los 12 meses recién pasados? ¿la de un empresario oligarca hablando por TV con tono melodramático, casi trágico, sobre los peligros que supone inscribir como candidata presidencial a una mujer que reivindica la idea de un Estado benefactor y un gobierno de orientación social? ¿la de una falsa adalid de los intereses históricos de las grandes mayorías, que balbucea ideas maniqueístas desde el podio subterráneo de un desesperante afán de protagonismo, distante de una verdadera vocación de servicio? ¿o bien –a modo de síntesis del año pasado y premonición del que viene, bajo la premisa de la mano dura o de la justicia por mano propia– un cartel autoritario que amenaza mi integridad mientras camino por la avenida?
No lo sé, quizás me dice más la imagen de una buena película nacional de ficción que evoca sin complejos la distancia que separa en Guatemala la fuerza de lossentimientos de la escasa voluntad política de los gobernantes para llevar ante los tribunales a los responsables de la exclusión. También me dicen más las ocasiones de luchar que registra la obra de los documentalistas políticos democráticos del país o PIRATA TV, que la imagen amanerada del grupo de presentadores y presentadoras con sonrisa decorativa, que figuran en las transmisiones de los canales de capital privado, que pese a sus foros en línea, se oponen a un ejercicio de la crítica sin censura moral (conservadora) ni política (de derecha).
Ahora estoy seguro: lo más representativo de 2011 no fueron los resultados de nuestra imposible democracia electorera, sino los testimonios que subyacen a las nuevas canciones, fotografías, pinturas, instalaciones, películas, poemas, relatos y –porqué no– las escasas columnas periodísticas independientes, ajenas a los afanes vedetistas de ciertas figuras de moda, políticamente correctas (cuyo con enfoque idiomático de género no es más que otra forma de sexismo).
Un cineasta que no aspira a pavonearse como autor de éxito en la alfombra descolorida de nuestra posmodernidad audiovisual de pacas, el gesto de una actriz que sitúa las emociones de la gente sencilla del país en el centro de la gran tragedia del mundo, un pintor o un fotógrafo que no le arranca los ojos a nuestro paisaje humano para entregárselos a una agencia de publicidad que niega con su práctica la necesidad de abrirnos al mundo y renovar las tradiciones sin abandonar los hilos de nuestras propias identidades. Un músico que acaricia en sus melodías la idea de una sombra acogedora durante el día, y de una luz discreta que no despedaza el deseo a mitad de la noche. Estos son los personajes que me atribuyen las imágenes más alentadoras del año que termina, y que a su vez anuncian una manera efectiva para impedir que la la agenda conservadora, acabe de una vez por todas con la posibilidad de la alegría cotidiana y la democracia genuina, en el año de la renovación que anuncia la danza del tiempo en el calendario de la cuenta larga.
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