El cine documental toma la realidad y la convierte en una representación trágica y esperanzadora de la historia.
Premisa: a través de las imágenes y los sonidos de estos tres documentales, es posible “hacer memoria” respecto a las razones del conflicto social guatemalteco, de acuerdo al siguiente esquema: registro llano de hechos y testimonios, construcción discursiva mediante un montaje lineal y una estructura que cierra en anillo, y “fruición”, o encuentro, evocación e interpretación crítica por el público.
No. 1: Ensueños blindados (1982).
“Hacer memoria” incide en el presente y determina la relación de un pueblo con su porvenir.
La primera incursión cinematográfica de Wahlforss en Guatemala tiende a la sencillez y a la profundidad de la vida representada, es decir, de la pobreza; la conciencia de clase de los Ralda Ochoa, una familia terrateniente ejemplar; el conflicto de intereses entre la oligarquía y el ejército –sobre quien la primera descarga la responsabilidad del conflicto “por volverse ricos ilegítimamente mediante su paso por el Estado, la corrupción y la fundación de dictaduras”–; la concepción delirante del criminal confeso Ríos Mont (“nos volvemos perros, pero tenemos que matar…”); los simulacros electorales y los golpes de Estado; la banalidad del entretenimiento burgués; y como corolario, un conjunto de testigos incontestables sobre las masacres y las torturas, unos porque son niños y jóvenes civiles, otros porque, en tanto campesinos alzados en armas, demuestran desde un sótano resistente, el origen local (no extranjero) e histórico (no espontáneo ni arbitrario) de su legítima rebeldía y su promesa liberadora. Visto a la distancia, este formidable documental, directo y urgente en su momento, devino un muro infranqueable para cualquier intento de ocultar la verdad y tergiversar la historia.
No. 2: Titular de hoy: Guatemala (1983).
Recordar es un proceso de aprendizaje, que respecto la historia política, tiene el poder de definir la identidad y la conducta de la población.
En este caso, la tentativa documentalista de Wahlforss se resuelve en complicidad con la mirada escrutadora de Allan Nairn (periodista) y Jean Marie Simon (fotógrafa), quienes emprenden un peregrinaje hacia el corazón de la Guatemala profunda y lastimada de los años 80.
Al principio, sobre las imágenes del abandono y la soledad resultantes de la represión, escuchamos una inquietante amenaza pública: “No salgan de sus casas…”, no conozcan la verdad, no se atrevan a ver más allá del horizonte… Aquí, al espectador lo asisten las premisas esclarecedoras de Noam Chomsky y la capacidad de Nairn, Simon y Wahlforss para “representar lo inhumano” sin fracturar la voluntad pasada y presente de justicia. Poco a poco se produce una conmovedora colección de imágenes sobre la edad del horror, cuyas heridas todavía sangran en el interior de nuestra conciencia colectiva. Y como telón de fondo, algunas interrogantes elementales sobre el papel del periodismo y su compromiso ético con la verdad. “No critiquemos a Guatemala” reclama una pinta gigantesca en la carretera; y más adelante, cuatro víctimas civiles de la tortura –confesada ante cámara por soldados de base y oficiales conocidos–, hace de la rabia una reacción inevitable.
A treinta años del rodaje, la descripción de la injusticia y los crímenes aberrantes de las dictaduras, adquiere la voz de una condena irrenunciable, que todavía aguarda su aplicación. Son las imágenes de un cine que trascendió la inmovilidad humana, el silencio y la mentira.
No. 3: Stalag, Guatemala (1983).
La sociedad necesita conocer las verdades de la historia para encaminar su pensamiento y acción hacia el consenso y el bien común.
He aquí una prueba más de los crímenes y la crueldad facistoide del ejército de Guatemala –asistido “in situ” por el ejército norteamericano– en contra de la población guatemalteca.
El parangón inicial de Noam Chomsky entre los campos de concentración Nazi y las aldeas modelo, le sirve a Mateo Petras, integrante del Comité Pro Justicia y Paz (organización laica vinculada a la iglesia católica, que hacía honor al “ejemplo de autenticidad de Jesús: luchar por la justicia en el cielo, no en la tierra”) para administrar afirmaciones, hoy de sobra conocidas, sobre lo acontecido por aquellos años: ofensiva contrainsurgente próxima al genocidio, desinformación, tortura, represión selectiva, desplazamiento forzado, etc. Y en contrapunto, decenas de rostros sobrevivientes que aseguran en silencio –pese a estar en la fila obligatoria de una Patrulla de Autodefensa Civil en formación– que la paz y la vida es lo mejor que conocen.
Da la impresión que Wahlforss ya escuchaba entonces la indignación que hoy –gracias a su atrevimiento– acompaña nuestro regreso a aquellos acontecimientos hirientes de nuestro pasado. Y quizás no hacía falta sustentarse en el relato cuasi religioso de Mateo Petras, ni revestir algunas de sus imágenes con sesgos ideológicos innecesarios. No obstante, la serenidad y el aplomo de sus planos, así como la utilización acertada del “montaje de oposiciones”, resume tanto el cinismo de los sectores de poder, como el dolor que la sociedad guatemalteca ha cargado injustamente sobre sus hombros.
(*Escrito por Sergio Valdés Pedroni para la muestra de cine documental
MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA, Guatemala 2011)
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