enero 24, 2009

ARCHIVO DE TEXTOS PUBLICOS

Elogio del desencanto. Julio o agosto de 1998. En el país la vida -¿la vida?- mantiene sus características habituales: durante el día la población escucha incrédula las promesas de progreso, tensa los músculos, vaga o trabaja y suda por los ojos su triste condición subordinada. Por la noche las promesas desaparecen entre tinieblas mientras los coágulos del tiempo adquieren la consistencia de un semi-hombre o una semi-mujer desnuda y lastimada. Las religiones no tienen respuestas y hace tiempo que perdieron su capacidad para interrogar a la vida y la muerte. Los amaneceres apenas sorprenden y los atardeceres ya no cautivan a nadie. Entre tanto, las cáscaras de la felicidad naufragan ingenuas en las alcantarillas, haciendo pareja irrenunciable con el vómito de los charamileros. El vacío hurtó el contenido de la conciencia, escupió sobre la poesía y extinguió toda comprensión humana fundamental sobre las palabras y las cosas. En las calles la libertad fue sustituida por la cobardía y en las habitaciones la responsabilidad ocupa sin remedio el lecho del deseo. Ya no hay más pulsaciones ni más agitación que la de unos cuantos perros sobrevivientes. En las postrimerías del siglo XX, Guatemala es una realidad de imposiciones, traiciones, sustituciones. La fuerza que hace falta para sobreponerse a este aberrante happening del poder y la mercancía es mayor que (la de) la belleza y la nostalgia por la muerte. Prueba de ello es que ya no existen poetas sino simuladores mediocres de idiomas extintos, ni suicidas del alma sino de la sociedad -los últimos fueron un escritor que bebió dos litros de angustia tirado en una sala de espera y un pintor auto envenenado con las páginas de su directorio telefónico-. Una amiga que está aquí cerca me sugiere que confronte los datos de la vida práctica -”la basura en las calles, la falacia del reordenamiento urbano, la impunidad con la que gobierna el PAN, la brutalidad policíaca contra los marginados y todas esas cosas muy concretas que le hacen a uno tomarse la cabeza”- pero yo creo que no hace falta traer a cuenta las estadísticas de “lo real” para representar la pérdida de libertad y locura que aterra y asola a nuestra sociedad. Renuncio a ello porque me basta haber visto, escuchado, olfateado, tocado y alucinado fantasmas marchando con un clavel de oportunismo entre las manos, pidiendo limosna con tarjeta de crédito y planes de financiamiento, trabajando para la presidencia bajo el argumento fácil del comfort, exhumando hipocresías para la Unión Europea, plagiando versos de Eluard para un concurso artístico y soplando flautas desafinadas con el diafragma de la impostura. Yo no pretendo estorbar la miseria humana con la brutalidad y la rigidez de la matemática, sino rechazarla con los signos ambiguos de mi propia humanidad sobreviviente. De sus vestigios. En todo caso, la sensibilidad humana -si algo de ella cabe aún en mi sarcófago de huesos y de sangre envejecida- esquiva por completo la rigidez de tales modelos y clama justamente por la ambigüedad de la evasión y el desencanto. (La crítica de las almas, SVP, El periódico de Guatemala, 1998).

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