febrero 01, 2013

Cuarta de forros a favor de la nueva literatura.


La poesía siempre es anticipación, en forma de duda, de repulsa o de negación. H. M. Ensenzberger.

Augurio, memoria, reclamo, advertencia, evasión… El paisaje de la literatura guatemalteca contemporánea –dejando fuera quizás a la novela de largo aliento– es a la vez exterior e interior, público y privado, obsoleto y renovador. Unas veces se funda en la intimidad y el secreto, como hechizo ritual contra la propia indiferencia. Otras en voz alta, a mitad de una plaza suburbana amenazada por la incertidumbre.

En efecto, a finales de los 80, cuando se agota en definitiva la noción de vanguardia que acompañó en lo social al flujo revolucionario, y en lo artístico a diversas rupturas sucesivas –muchas de ellas inconclusas, carentes de interrogantes, aisladas de la vida–, la poesía y la narrativa corta del país experimentó un crecimiento imprevisto, y asimiló de buena o de mala manera, entre otras voces precedentes, las proclamas militantes de Otto René Castillo (Vámonos patria a caminar), el existencialismo hilarante de Roberto Monzón (Reflejos de la carta devuelta), la valentía feminista de Ana María Rodas (Versos de la izquierda erótica), las profecías sensualistas de Roberto Obregón (La flauta de Ágata), el afecto nostálgico de Francisco Morales Santos (Ciudades en el llanto), la sutil irritación de Otoniel Martínez (Homenaje rabioso), la indisciplina contestataria de Marco Antonio Flores (La voz acumulada) o el perturbador modelo épico de Rafael Gutiérrez (Me llamo Ezequiel Martínez).

Hoy, tras 2 décadas sin prodigios, el abultado interés inicial por la experimentación dio lugar a una conciencia múltiple de la belleza y el drama humano que habita en nuestras ciudades de pólvora y ternura. Surgió, además, un contingente aguerrido de escritores que se dedican a imprimir infinidad de pequeños y grandes libros, cuya suma adopta la forma de una condena práctica -más o menos eficaz, según el caso- en contra del ostracismo y la falsa marginalidad de otros tiempos. Más allá del llanto o de la risa, y de uno que otro desliz hacia el abismo inútil de la solemnidad, priva entre todos un ambiente de celebración y una saludable disposición al encuentro con otras formas de la imaginación creadora: la poesía se abraza con la danza o el performance, el cuento corto con el cine digital, la música en acto con la narración en voz alta, la curaduría con el graffiti literario, el trabajo editorial con el derecho a la oración…

En la cuarta de forros de la literatura nacional, aparece un anuncio que invita a crear, pensar y sustituir las poéticas del pasado (las de la opresión, la militancia o el suicidio), por las poéticas de la libertad, la independencia y el porvenir. Y con trazos de urgencia, a mostrarse incorruptible frente a toda forma de poder y toda tentación publicitaria, a riesgo de muerte. 

Sergio Valdés, 2012, para Editorial CATAFIXIA.

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