La hermana Josefa Cubillas llegó a Guatemala pocos años después de que una tormenta de atropellos y arbitrariedades, fraguada por un gobierno extranjero que veía a Latinoamérica como su patio trasero y no quería socios sino esclavos, acabara con la primera propuesta democrática moderna, en el siglo XX, de progreso y desarrollo para Guatemala. Eran los años 60, época de dictaduras militares, despojo, represión y discriminación por razones de clase, etnia y género
La sensibilidad de esta mujer de origen español, y su generosa condición humana, hermana de la orden de San José Obrero, le asignaron como destino geográfico de su promesa reconciliadora, la Costa Sur guatemalteca, y como misión urgente, entre la población pobre -desempleada o asalariada de grandes latifundios agrícolas y ganaderos,- suavizar sin descanso el duro pecho de la exclusión y sobre-explotación.
Las circunstancias la pusieron al frente de la administración del único hospital público de la zona, justo antes que empezara la noche de represión en contra de los reclamos populares irrenunciables de justicia y respeto mínimo a los derechos humanos.
Durante años, y por encima de las fronteras de las ideologías, ejerció la liturgia de la comprensión y la tolerancia. Desde su generosa mirada, esbozamos aquí las historias de vida de los hombres y mujeres que integran las asociaciones La Esmeralda y Monte Cristo.
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• El padre de Esperanza, uno de los fundadores de la asociación en La Esmeralda, no se había fatigado de luchar por los derechos de los jornaleros y los colonos de la Costa Sur cuando el amor tocó a la puerta de su hija, una adolescente de ojos sin edad.
Con el porvenir creciendo dentro de su vientre y una sonrisa de aire caliente y olor a mar, se integró a la comunidad. Hoy tiene 22 años, 2 hijos y una cosecha inagotable de optimismo. La inocencia de su sonrisa es aparente, porque en el fondo, sin más pretensiones que el bienestar colectivo, sabe que el destino y la voluntad le deparan un papel determinante en el arduo camino hacia el desarrollo rural, con justicia económica e igualdad de oportunidades para los hombres y las mujeres.
• Atilio ha hecho lo imposible por estirar su juventud de sensibilidad humana, lucha campesina y dignidad como pueblo y nación ante el mundo. Y aunque su papel de líder histórico en La Esmeralda -y en el grupo de hombres vinculado a la Pastoral de la Tierra- le consume las proteínas que surgen del maíz, ajonjolí y chile jalapeño cosechado por sus manos, no ha permitido que el párpado de la renuncia y el desencanto oculten la imagen del porvenir ante sus ojos.
Nadie en la comunidad pone en duda la honestidad y la generosidad que alimentan su trabajo y su lucha. Sin embargo, sobre todo cuando la indiferencia del Estado ante las necesidades de los trabajadores y las tormentas amenazan la integridad de su vivienda de madera y lámina, siente que las fuerzas y la paciencia se agotan, por eso reclama el apoyo de sus compañeros, la presencia de nuevas voces e ideas para avanzar hacia una vida mejor.
• Macaria sabe perfectamente que en la simplicidad más grande de la vida, como la del surco de tierra que espera con impaciencia la llegada de la semilla sagrada del maíz, se esconden los secretos del bienestar y la felicidad.
Sus brazos son cortos pero, como aseguran sus compañeras de la junta directiva de Monte Cristo, alcanzan para abrazar y proteger las cosechas ante la amenaza de una lluvia torrencial. Algunas personas han creído ver en sus ojos un nacimiento de lágrimas de tristeza. Se equivocan: sus lágrimas son de asombro y alegría por una nueva conquista de la comunidad, un nuevo logro de sus proyectos colectivos de trabajo, un alumbramiento o un anuncio de justicia.
• Su conciencia campesina ha hecho de las heridas y los recuerdos más tristes una fuente de sabiduría para enfrentar los desafíos del presente. Clímaco es así, no distingue edades para ejercer el respeto y la solidaridad “dos cosas que nunca podrán privatizar ni robar de nuestra manera de ser”.
Como tantos otros hombres y mujeres organizadas, en sus palabras prevalece una voluntad inagotable de trabajar por el bienestar de la población campesina y la construcción de una sociedad democrática, “donde los frutos del desarrollo alcancen la mesa de quienes, con nuestro trabajo, hicimos posible la riqueza de Guatemala, injustamente acaparada, a veces hasta con la fuerza criminal de las armas, por un pequeño grupo de grandes propietarios inconcientes”.
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La hermana Josefa, quien durante muchos años mantuvo viva la memoria y la alegría cotidiana de cientos de hombres y mujeres campesinas, asegura que asociaciones agrarias como las de Monte Cristo y La Esmeralda, no solamente necesitan sino merecen el acompañamiento de la iglesia y el apoyo de proyectos como el de la Pastoral de la Tierra. “En todos estos años he comprobado que ningún esfuerzo es vano y ningún aporte deja de producir buenos frutos, porque la esperanza de la gente se basa en su voluntad de trabajo y de lucha”.
(Texto apresurado escrito hace un par de años para la Pastoral de la Tierra de Quetzaltenango, que apoya algunos proyectos de desarrollo agrícola de las asociaciones campesinas de la Costa Sur).
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