Concierto compartido de Tito Medina y Luis Mejía en Toronto.
La comunidad latinoamericana de Toronto está contenta. El concierto de 2 de sus voces centroamericanas históricas superó las expectativas, con buena música, lleno completo e ideas renovadoras. He aquí el testimonio de Julio Serén, uno de los organizadores:
“El concierto de Tito y Luis Mejia fué todo un éxito. Los cantautores hicieron un trabajo memorable, y el público respondió mejor de lo que esperábamos, en todo sentido: tanto en cantidad como en calidad... El conversatorio final permitió un acercamiento estrecho al ser humano y al poeta, a sus sueños y luchas... Fué conmovedor ver a la gente pararse a aplaudir cuando, por ejemplo, Tito terminó de cantar Guate-pequeña.. Algo que se repitió al final del concierto, con todo mundo de pié, aplaudiendo a más no poder”.
Palabras introductorias al concierto (1).
La obra de los cantautores es la trinchera de la vida. A ella acude la población para saciar la sed de su memoria lastimada por el olvido y ahuyentar las amenazas de la soledad o el destierro.
Una canción de Tito Medina, por ejemplo, es algo que se espera con cierta ansiedad, un arma necesaria previo a la batalla en contra de quienes traicionan el porvenir. Y una de Luis Enrique Mejía puede servir, entre otras cosas, para irrigar los bosques de la amistad y del amor, en tiempos de sequía.
Los versos y las melodías de estos compañeros –de todos sus colegas latinoamericanos y de los músicos que los acompañan– nos han salvado muchas veces del horror, y han restituido la paciencia en nuestras manos, después de haber sido desparramada por la furia de las injusticias.
Si a algo debemos nuestra capacidad para levantarnos desde las ruinas, y rehacer la voluntad de vivir en armonía, una y otra vez, desde las cenizas de la corrupción o la impunidad, es a las voces generosas de los cantautores, a sus ritmos crispados por la alegría, a sus arreglos y movimientos, concebidos en el valle extenso de la diversidad y la tolerancia…
Nada cambiaría y todo seguiría igual sin estas presencias encantadas de la vida cotidiana. Gracias a ellas, las migraciones se tornan peregrinajes alentadores, las distancias se acortan, los deseos se cumplen y el reflejo de quienes marcharon antes, alcanza la piel desnuda del presente.
Dediquemos entonces el consenso de este acto, a estos “compañeros luminosos” de nuestra ruta hacia la dignidad y el reconocimiento.
(1) SVP Guat., agosto 2010.
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